lunes, marzo 27, 2023

La reacción en cadena que traería una nueva crisis mundial bancaria

 


Según cálculos de Financial Times, la pérdida de valor asciende a 500.000 millones de dólares.

El huracán que azota a múltiples bancos del hemisferio norte no impacta a sector financiero del país

Una conocida frase de cajón señala que, cuando aparecen las crisis, siempre se sabe cómo comienzan, pero nunca cómo van a terminar. Y esa frase se ajusta plenamente a las turbulencias de los últimos días en el mercado financiero internacional, que no solo incluye el naufragio de varias entidades sino una caída en el precio de las acciones de incontables bancos en diferentes plazas.

Según cálculos del diario Financial Times, la pérdida conjunta de valor asciende a 500.000 millones de dólares. Tan solo en Estados Unidos, Europa y Japón, el desplome en lo que se conoce como capitalización bursátil en el sector de los intermediarios de crédito equivale a 459.000 millones de dólares en lo que va del mes de marzo.

Y si bien las autoridades en varias capitales reaccionaron con rapidez, la calma todavía no regresa. De hecho, el temor es que el contagio siga y golpee todavía con mayor fuerza el principal activo de todos en el negocio de recibir y prestar dinero, así no se refleje en un balance general: la confianza.

Ese es el denominador común de emergencias de distinta índole, que comenzaron con el derrumbe del Silicon Valley Bank (SVB) en California, siguieron con el Credit Suisse en el Viejo Continente y regresaron a territorio estadounidense con el también californiano First Republic, aunque a la lista habría que agregar el neoyorquino Signature Bank. Candidatos adicionales a engrosar la lista de casos extremos siguen, por lo cual todavía es muy temprano para hacer un balance definitivo.

Aún así, el pesimismo sobre la economía global está de regreso. Los vientos de recesión que parecían haberse alejado vuelven a soplar otra vez, como lo refleja el desplome en la cotización del petróleo que apenas supera los 72 dólares por barril, 32 por ciento menos que doce meses atrás.

Lo anterior tiene efectos en Colombia, así no haya vasos comunicantes directos entre los bancos que operan en el territorio nacional y lo que ocurre en el hemisferio norte. Sin embargo, la volatilidad trae su cuenta de cobro y esta sube por cuenta de la incertidumbre ocasionada por las propuestas de reforma de la administración Petro y el rumbo general del país.


Clientes del SVB hacían fila ayer en la sede de la entidad en Santa Clara, California, esperando recuperar sus ahorros.

El arranque

Mirada desde una perspectiva amplia, la tormenta actual es consecuencia de un cambio en las condiciones fundamentales del sistema financiero. Hasta hace pocas semanas la historia de SVB parecía de éxito: la de una entidad local que creció de manera vertiginosa gracias al auge de los emprendimientos tecnológicos y la nueva economía.

De hecho, en el corto lapso de cinco años el volumen de activos del banco creció cerca de cinco veces hasta convertirse en el número 16 en tamaño dentro de Estados Unidos. Tan vertiginoso ascenso fue impulsado por los excedentes de liquidez de numerosos emprendimientos y la propia fortuna de aquellas firmas cuyas sedes son vecinas a las de nombres tan conocidos como Google, Apple y Oracle.

Convertir esos recursos en cartera de créditos no era fácil, por lo cual se hicieron inversiones en bonos públicos de largo plazo, justo cuando las tasas de interés se encontraban históricamente bajas. Lo que nadie llegó a prever fue que la inflación —que llevaba cuatro décadas sin ser un dolor de cabeza— pudiera acelerarse.

Y así ocurrió en forma decidida tras la invasión de Rusia a Ucrania hace algo más de un año. En respuesta, autoridades como el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos empezaron a aumentar el costo de sus fondos y a restringir la liquidez, lo cual afectó el valor de negociación de los papeles de renta fija.

Debido a ello, cuando el SVB necesitó fondos para cubrir retiros, incurrió en pérdidas, pues se vio obligado a vender bonos con un descuento considerable. En respuesta, buscó hacer una emisión de acciones, pero el anuncio hizo más notorio el problema, con lo cual las salidas de dinero se dispararon —32.000 millones de dólares en una sola jornada— y se produjo la implosión. Cada vez que ocurre algo de este estilo, las autoridades tratan a toda costa de mantener la credibilidad en el sistema. Por ese motivo el propio Joe Biden garantizó que los ‘cuentahabientes’ recibirían la totalidad de lo que tenían en sus respectivas cuentas. Además, la Reserva Federal creó una línea especial para darles recursos a los bancos que los pidan, aceptando a cambio títulos por su valor nominal, no de mercado.

Aun así, los analistas comenzaron a mirar a otras instituciones de tamaño mediano en busca de dificultades similares. La que experimenta mayores angustias es el First Republic, a pesar de que los más importantes bancos privados estadounidenses le depositaron 30.000 millones de dólares como señal de respaldo, algo que no evitó la descolgada de 33 por ciento en el precio de su acción el viernes.

Un grupo adicional de bancos norteamericanos también pasa por afugias. En el mejor de los casos, los mensajes de calma y la determinación de inyectar los recursos que se requieran calmará las aguas. En el peor, vendrán más cierres y fusiones obligadas, con la posibilidad de que se lleguen a utilizarse fórmulas que se usaron en la crisis financiera internacional de 2008, incluyendo que el Tío Sam se convierta en socio temporal de bancos específicos para darle seguridad al público.


Sede cerrada de Silicon Valley Bank (SVB) en Santa Clara, California.

La discusión que sigue

Pase lo que pase, de lo que no hay duda es del arribo de un debate sobre el desmonte de algunos mecanismos de supervisión que hoy solo cobijan a las casas financieras más grandes y que en esta oportunidad habrían podido hacer advertencias e imponer correctivos a tiempo. Si bien las reglas estrictas operan como una camisa de fuerza y sus enemigos dicen que limitan la innovación, sirven para evitar excesos que salen caros, como los que ya se insinúan.

Curiosamente ese no es el problema en Europa en donde el marco es mucho más restrictivo. Quienes saben del asunto destacan que lo que le pasa al Credit Suisse no es comparable con lo que se ve al otro lado del Atlántico, pues a pesar contar con buenos indicadores de solidez, sus resultados son malos desde hace rato por mal desempeño de sus líneas de negocio o decisiones equivocadas.

Para colmo de males, su principal accionista —de Arabia Saudita— señaló que no pensaba apoyarlo con más capital, lo cual dio origen a una especie de estampida. Ahora, y tras un cuantioso respaldo del banco central de Suiza, la opción más atractiva es que UBS, el otro gran banco comercial helvético, absorba parte o todo de la entidad caída en desgracia.

Incluso si ese incendio logra controlarse, en Japón ya comienza a haber cuestionamientos sobre la valoración de los bonos del imperio del sol naciente en manos de entidades financieras de ese país. La mayor inquietud es que si la lucha contra la inflación continúa y los intereses aumentan más, el precio de esos papeles caerá y el agujero acabará siendo mayor.

Todo lo anterior le pone presión a la voluntad de contener las alzas de precios, por los efectos colaterales que implicaría una subida adicional en el costo del dinero. Si bien el mensaje es que lo uno no se contrapone con lo otro, no hay duda del peligro que significa tapar un hueco aquí, abriendo uno allá.

Mientras se despeja el panorama, lo más posible es que múltiples proyectos de inversión o decisiones de préstamos cuantiosos se pongan en el congelador. De ser así, el crecimiento de la economía mundial sería más lento, algo que daría lugar a otro tipo de presiones, a menos que los remedios de estos días funcionen pronto y regrese la calma.

La eventual aparición de un dolor de cabeza mayúsculo sería, a todas luces, indeseable por otros motivos. Una emergencia de estas características exige una buena dosis de cooperación internacional, algo mucho más difícil de conseguir actualmente dada la tensión que hay entre Washington y Pekín, a lo cual se le añade la guerra en Europa Oriental.

Vista del banco Credit Suisse.

No jugar con fuego

Por cuenta de la turbulencia prevista, un país como Colombia debería medir bien sus pasos. La razón no es lo que le pase al sector financiero, pues como dice Jonathan Malagón, presidente de Asobancaria, “los altos requerimientos de solvencia y liquidez que exige un marco regulatorio estricto a cargo de la Superintendencia Financiera se cumplen con creces, con lo cual los temores de un coletazo directo son mínimos”.

No obstante, la aversión al riesgo se dispara en épocas de incertidumbre lo cual se traduce en salidas de capitales de las economías emergentes. El motivo es que los inversionistas priorizan la seguridad sobre la rentabilidad y tratan de encontrar refugios para guarecerse mientras pasa la tormenta, como lo demuestra la trepada en el precio del oro.

Debido a ello, enviar señales sobre cambios de fondo en las reglas de juego no parecen ser las más aconsejables en estos momentos. Por ejemplo, el Ejecutivo debería cuidarse de no aumentar el nerviosismo de los extranjeros que son grandes tenedores de bonos de deuda pública, algunos de los cuales ya comenzaron a liquidar sus posiciones.

Pero ese no parecer ser el caso. Propuestas como la reforma de pensiones le ponen un gran signo de interrogación a la sostenibilidad de las finanzas públicas en el mediano y largo plazo y, de paso, a la liquidez del mercado de papeles estatales.
Un reciente análisis de la firma Pantheon Macroeconomics expresó que “los mercados están comenzando a cansarse de darle el beneficio de la duda a este Gobierno y particularmente a la habilidad y resiliencia (del ministro de Hacienda) de resistirse a la corriente”. Tanto el comportamiento de las acciones que se negocian en la bolsa de valores, como de la tasa de cambio, sugieren una visión más crítica de lo que sucede en el país.

Como si fuera poco, el bajón en las cotizaciones del petróleo es una mala noticia, pues el presupuesto nacional o el plan financiero se construyeron con supuestos distintos. Los conocedores insisten en que la economía colombiana muestra grandes desequilibrios tanto en el plano fiscal como en sus cuentas externas y cerrar esas brechas será mucho más difícil si el principal renglón de las exportaciones se cae.

Ante las advertencias, buenas noticias como el aceptable desempeño de la actividad económica en enero podrían acabar siendo flor de un día. Presiones adicionales en el frente cambiario harían más desafiante el esfuerzo de que la inflación interna comience a bajar, al presionar hacia arriba el costo de las importaciones.

De tal manera, en estas latitudes también resulta primordial evitar que la confianza de los mercados de afuera en el país se siga erosionando. Más allá de cuál fue el detonante de esta tormenta, pero ignorar sus réplicas será un error.

Y aunque no faltará aquel que señale que otra vez se demuestra que el capitalismo lleva consigo el germen de su propia destrucción, no es el momento de darle pie a la ideología sino de minimizar los peligros. Porque las aguas en el océano de la economía mundial se encuentran muy agitadas y salir a desafiar el oleaje nos puede meter en problemas, especialmente si confundimos la audacia con la irresponsabilidad.

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