En las últimas semanas los datos y noticias económicas han girado los reflectores hacia la inflación. Los desequilibrios entre la oferta y la demanda, generados tanto por los cambios de las tendencias de consumo de miles de hogares, como por las restricciones que se viven en las cadenas globales de suministro resuenan en la variación de precios de múltiples países.
A esto también hay que agregarle el efecto de los estímulos monetarios que se pusieron en marcha para intentar contrarrestar el choque de la pandemia. Desafortunadamente, de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno y casi dos años después de la primera oleada del virus, se está evidenciando la avalancha inflacionaria de las respuestas gubernamentales.
En el caso colombiano, la inflación de 2021 cerró en 5,6 %, lo que superó con creces el límite del 4 % impuesto por el Banco de la República. No obstante, en la región, Colombia se destacó como el segundo de menor inflación después de Bolivia -y se excluye a Ecuador dada su dolarización-. Cabe preguntarse qué hubiera pasado con los precios si el 2021 no hubiera estado plagado de manifestaciones y bloqueos, con seguridad la variación de precios sería mucho menor.
Ahora bien, no vale la pena “llorar sobre la leche derramada” (o sobre las aves muertas, en el caso de nuestro país). Lo que importa es cómo enfrentar este volátil escenario. ¿Qué pueden hacer los empresarios en términos de fijar los precios por sus productos y servicios?