Queridas compañeras, amigas y colegas, a todas aquellas mujeres a quienes pueda llegar, este es mi mensaje para ustedes:
El día de la mujer es un día para reconocernos, pero también para apoyarnos. La historia de este día está marcada por la injusticia y la desigualdad, por eso es importante conmemorarlo en pie de lucha, recordando cómo comenzó y trabajando para que las cosas cambien. Reconociendo nuestra dignidad y nuestro valor.
Como mujeres, sabemos que, en este mundo pensado y liderado tradicionalmente por hombres, tenemos un mayor peso social e innumerables limitaciones. Esas limitaciones también se ven en el derecho, e incluso, en la práctica de la docencia; así como en el reconocimiento de nuestros derechos laborales y salariales (aún hoy, muchas mujeres ganan menos que muchos hombres con similares cargos, roles y funciones).
Por ejemplo, los ideales de un buen abogado o de un buen docente se piensan desde las “virtudes masculinas” y, las tradicionales “virtudes femeninas”, son percibidas como una debilidad. En la labor de la educación, en el derecho y en las funciones de liderazgo, una mujer fuerte es una “serpiente”, mientras un hombre fuerte es admirado como un “dragón”.
Y, en ese orden, por lo general, quienes son mostrados en las actividades públicas de opinión o de divulgación son hombres, “porque pareciera que solo ellos pueden transmitir bien los mensajes”, mientras nosotras “no sabemos hablar o hablamos solo desde nuestras emociones”. Frases así se repiten en espacios comunes y en debates públicos, como cuando, ante nuestros argumentos, en vez de respondernos con razones cuestionan si estamos en “esos días”. Ideas que provienen del dominio masculino y que las mujeres interiorizamos y repetimos cuando nos atacamos entre nosotras, en vez de apoyarnos las unas con las otras.
Pero estos prejuicios y definiciones sesgadas sobre lo que significa ser mujeres u hombres afectan también a aquellos hombres que no se identifican plenamente con el paradigma de la masculinidad. A los hombres sensibles se les tilda de afeminados o emocionales, como si la naturaleza humana no fuese emocional; o como si el ser hostiles fuese una delimitación de lo masculino y el ser sensibles una necesidad de lo femenino. O, peor aún, como si ser sensibles fuese una debilidad y no una fortaleza humana.
Y si hacemos una lectura un poco más profunda vemos que aún hoy en algunas escuelas se suele dividir y clasificar en rosado y azul, como si no hubiese niñas azules y niños rosados, como si no hubiera otras masculinidades y feminidades. Como si el mundo solo fuese en blanco y negro.
Y esas definiciones que determinan lo que es y lo que debe ser también excluyen a quienes no caben por completo en ellas. Por eso, quienes padecen alguna enfermedad o limitación, o quienes no cuentan con las mismas oportunidades, o quienes viven una sexualidad diferente y se sienten de un género distinto, o quienes simplemente no se identifican con blanco y negro, azul o rosado, experimentan injusticia, abandono, maltrato y olvido.
Esa injusticia puede provenir del Estado, pero también de nuestras escuelas, universidades, lugares de trabajo, instituciones de salud, familia, compañeros y, peor aún, puede provenir de nosotros mismos.
Por eso, como mujeres, tenemos la responsabilidad de trabajar juntas para eliminar los prejuicios y construir una sociedad más justa, que garantice los derechos de las mujeres y de otras minorías. Porque el feminismo no es luchar contra los hombres, sino luchar contra la injusticia, la opresión y la dominación. Y hacerlo de la mano con todos aquellos que somos oprimidos, violentados o vulnerados. Por eso, podemos ser buenos hombres y mujeres feministas; es más, estamos llamados a serlo.
En ese sentido, me alegra saber que, en diversas instituciones, muchos roles de liderazgo son asumidos por mujeres. Espero que éste sea un camino para cambiar el estado actual de las cosas, en vez de una puerta para mantener el orden de un mundo pensado por hombres y para hombres.
Con estas palabras no deprecio el valor de nuestros compañeros masculinos. No, por el contrario, reconozco su importancia en esta lucha que es tan nuestra como suya. Una lucha de todas las personas y para todas las personas. Ellos también están llamados a actuar para construir una sociedad más justa, equitativa y plural. Podemos comenzar desde nuestros hogares, desde nuestras aulas y desde nuestros puestos de trabajo reconociendo nuestra alteridad y nuestras diferencias, y respetándonos en ellas.
Comencemos apoyando a quienes se encuentran en desventaja, a quienes son diferentes o a quienes son excluidos o vulnerables. Comencemos preguntando y preguntándonos: ¿cómo puedo ayudar?, en vez de limitarnos a ver o, incluso, a juzgar sin conocer. Si todos hiciéramos esa pregunta, si sinceramente preguntáramos cómo puedo ayudar, seríamos mejores personas, mejores maestros, mejores profesionales, y mejores líderes y lideresas. Seríamos mejores mujeres y hombres y, así, construiríamos juntos y juntas una mejor humanidad.
Por eso, y aunque las exigencias del modelo actual promueven “competencias” y no “capacidades”, es importante pensar en la construcción de capacidades y no en la competencia que promueve un sistema del egoísmo. Un sistema que nos carga en exceso, que nos enferma, que nos devalúa si no somos iguales: igual de “competentes”, igual de hábiles, igual de rápidos, igual de “sanos” (por ejemplo, quienes padecemos alguna enfermedad crónica, sufrimos ese sistema del egoísmo y experimentamos graves injusticias). Un sistema que nos mide, nos pesa, nos cataloga, nos clasifica y nos separa. Pensemos en capacidades, así podremos ver que, aunque no seamos iguales, somos humanos, merecemos respeto y el reconocimiento de nuestra dignidad. Todos podemos ser líderes y lideresas desde nuestras capacidades y recursos.
Me siento feliz y agradecida de conmemorar el Día Internacional de la Mujer junto a ustedes. Por mi parte, seguiré trabajando con mis capacidades, mis conocimientos y mi fuerza. Estoy segura de que cada una de nosotras y cada uno de nosotros hará lo mismo. Sé que seguiremos trabajando juntas y juntos. Apoyándonos, construyendo de a poco y con nuestras capacidades una sociedad mejor.
Diana Cardona C.
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