Por Alejandro Cheyne, Rector Universidad del Rosario
Uno de los recursos más importantes para la sociedad es el acceso a información precisa y veraz, aspecto fundamental tanto para tener un diagnóstico de las diferentes situaciones que atraviesa, como para formular planes de acción frente a las problemáticas y monitorear su desempeño a través del tiempo. En el caso de los datos macroeconómicos, es de gran relevancia conocer los grandes agregados, como el producto interno bruto (PIB), el ingreso nacional, el consumo y la inversión, entre muchos otros. Pero tales indicadores dan apenas una mirada panorámica de la situación, siendo insuficientes para conocer las condiciones de vida de los diferentes segmentos de la población.
Frente a lo anterior, el más reciente informe sobre inequidad mundial, publicado por World Inequality Database (WID), presenta una amplia serie de cifras que nos hacen reflexionar sobre el alto grado de desigualdad en el que vivimos como sociedad. Para empezar, se afirma que el adulto promedio del planeta obtiene un ingreso anual de 23.380 dólares (algo más de 92 millones de pesos colombianos), y es dueño de activos por 102.600 dólares (unos 406 millones de pesos). Pero esto es un promedio: ya lo afirmaba con mucha razón el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw cuando dijo que, según las estadísticas, “si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno”. En este sentido, el informe sostiene que el 10% más rico de la población se queda con el 52% del ingreso total, mientras que el 50% más pobre obtiene apenas del 8,5% del ingreso global. Pero esta diferencia es mucho más marcada en cuanto a los activos: mientras el 10% más rico es dueño del 76% de la riqueza acumulada, el 50% más pobre posee el 2% de ella. Más aún, el 0,01% de habitantes (los multimillonarios) poseen el 11% de la riqueza global.
Tal brecha en el ingreso es, en proporción, menor en Europa, al tiempo que las áreas más desiguales del planeta se encuentran, respectivamente, en Medio Oriente, Norte de África, África Sub Sahara y América Latina. Ahora bien, nuestra región ocupa, lamentablemente, el último lugar en cuanto a distribución de la riqueza, pues somos en la actualidad un área en a que el 10% más rico de la población es dueño del 77% de la riqueza.
A pesar de que se han presentado avances en las últimas décadas, el informe resalta que hay también en la actualidad una alta inequidad de género, ya que los hombres generan en promedio el 65% del total de ingresos laborales del mundo, mientras que las mujeres el 35%, siendo esta diferencia más profunda en los países en desarrollo.
En el caso colombiano encontramos cifras preocupantes, pues según el reporte: Hacia la construcción de una sociedad equitativa en Colombia, publicado por el Banco Mundial, somos el segundo país más desigual de América Latina, después de Brasil, con una concentración del ingreso del 54%, medida por el coeficiente de Gini, el cual empeoró además como consecuencia de la pandemia del Covid-19, con el agravante de tener una de las tasas de persistencia de la desigualdad más altas entre una generación y otra.
Pero aquí se presenta, como señalé al principio, la oportunidad de ir más allá de los diagnósticos y entrar en el terreno de las propuestas, de los planes de acción. A pesar de que la desigualdad y la pobreza tienen múltiples causas, uno de los frentes que puede generar un alto impacto para su reducción es la educación. En el mencionado reporte, el Banco Mundial hace una afirmación interesante al apuntar que en Colombia la contribución de la educación de los padres a los ingresos que tienen sus hijos resulta ser más alta al compararse con países de ingresos similares. Esto quiere decir que la educación no solamente tiene un efecto positivo en quien la recibe directamente, sino que además aumenta la probabilidad de mejorar los ingresos y las condiciones de vida de sus descendientes.
Coincidiendo con otras fuentes, como la organización internacional OXFAM, el World Inequality Database hace una fuerte afirmación: “la inequidad es una decisión política, no una situación inevitable”, y esto no significa que depende exclusivamente de las estrategias gubernamentales, sino también de las políticas de los demás sectores de la sociedad. Es así como las instituciones educativas, junto con el sector empresarial y las ONGs, deben seguir fortaleciendo sus acciones en pro de una educación más inclusiva, más pertinente y de mejor calidad, a todo nivel, lo cual redunda en mejores oportunidades de vida en términos individuales, familiares y sociales.
Coincido con Nelson Mandela en reconocer el papel trascendente de la educación para las personas y las sociedades, siendo quizá el mejor medio para luchar contra la pobreza y fomentar la equidad: “La educación es el gran motor de desarrollo personal. Es a través de la educación que la hija de un campesino puede convertirse en médico, que el hijo de un minero puede convertirse en jefe de la mina, que un niño de los trabajadores agrícolas puede llegar a ser el presidente de una gran nación… La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar al mundo”.
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